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Según la terminología empleada por los autores de la antigua Roma, los plebeyos eran qui gentem impar habent («los que no tienen gens» o «no forman parte de la Familia»). Es opinar, eran plebeyos los que no podían ser considerados como patricios porque no podían remontar su trayecto allegado a antepasados conocidos entre las antiguas familias romanas. De todos modos, el término en sí Cuadro de una gran extensión pues entre los plebeyos existían situaciones muy diferentes a todos los niveles; prácticamente desde la fundación de la ciudad se detecta la presencia de extranjeros asentados por diversos motivos; fundamentalmente atraídos por la prosperidad de la ciudad, gran cantidad de mercaderes y artesanos libres confluyen desde las comarcas cercanas, desde las ciudades de la Magna Grecia e, incluso, desde las ciudades-estado metropolitanas de la Hélade. Muchos de ellos eran, sin duda, ricos mercaderes.

Para impedir la concentración excesiva de poder en un gobernador que pudiera tolerar de hecho a una tiranía o una monarquía (cosa que terminó ocurriendo con el Imperio), las magistraturas funcionaban siguiendo principios tales como:

El uso de las termas se generalizó en el mundo romano a partir del siglo I a. C., cuando se descubrió un doctrina que permitía calentar y distribuir el flato caliente gracias al ingeniero Cayo Sergio Orata. Su uso fue difundido por el Imperio romano a toda Europa.

Los paganos se enterraban aún en hipogeos (es afirmar, en tumbas excavadas en el subsuelo), sobre pesaje ganado todo en lugares como Roma donde el suelo Bancal muy caro, pero es cierto que estos hipogeos nunca llegaron a ser tan grandes como las catacumbas.

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Los obispos de Roma, por su parte, contribuyeron a la promoción de estos lugares sagrados, que atraían a millares de peregrinos de Italia y de las provincias y daban prestigio a la sede romana, la cual reclamaba la primacía de su obispo sobre los de las otras Iglesias, apoyándose para ello en la decrepitud de su origen y la autoridad de los mártires Pedro y Pablo.